martes, 6 de julio de 2010

The old song

 Estos días he estado mirando fijamente al Caos, tratando de localizar senderos imaginarios entre gigantes de piedra. Algunas tímidas incursiones en el pasado me proporcionaron en su día una ligera idea de lo que nos aguarda en sus oscuras y angulosas cuevas, y hemos soñado con encontrar tesoros en el interior del laberinto. Bucear en las profundidades de la morrena y explorar sus pasadizos, son las ideas que recorren mi mente en esos momentos en los que observamos absortos ese océano de piedras, vestigio de tiempos remotos.

 En el vivac de siempre, me reencuentro con lo que quedó de mi. No tanto en forma de precisos recuerdos, sino más bien como una sensación perenne y familiar. Algo difícil de explicar. Una sensación perenne y el cambio constante. Todo fluye, nada permanece. 
 Cansados por el ajetreo del día, regresamos a nuestra morada, hambrientos, magullados, exhaustos. Felices nuestros monstruos. Hacemos recuento de nuestras pequeñas victorias y rememoramos alguna batalla, algún momento singular. Cocinamos, cubiertos por las estrellas y arrullados por la brisa. El aroma de la cena, los paseos a por agua al río, una maravillosa rutina. Después del postre, nos entregamos de nuevo a la meditación, mientras las cuerdas vibran, las notas saltan y el ritmo golpea el diafragma. Las canciones se hacen solas, se manifiestan en el aire, engañando a mis dedos, sorprendiendo desde el azar a mi pobre imaginación, y la música de siempre suena en el ambiente, mientras nos mecemos en recuerdos inmateriales... más bien como una sensación perenne y familiar. Algo difícil de explicar. Océanos de músicas perdidas en el pasado, vestigios de tiempos remotos, que llegan a nosotros cuando escuchamos el silencio. Algo difícil de explicar, sí. Cuando dejamos de hablar, cuando dejamos de pensar, el universo suena desde la eternidad...

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